sábado, 16 de febrero de 2008

BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS
















(cuento)

Hubo una vez una Reina que estaba esperando un hijo.
Un día de invierno se sentó a bordar junto a una ventana. Nevaba intensamente y la Reina se distrajo viendo caer los copos blancos; se pinchó con la aguja en el dedo y le salió una gota de sangre.
La Reina miró pensativa el rojo de la gota de sangre, la blancura de la nieve y el negro marco de la madera de ébano que encuadraba la ventana, y dijo:
-Me gustaría tener una hija que fuera tan blanca como la nieve, que tuviera las mejillas tan rojas como mi sangre y los cabellos tan negros como el ébano de la ventana.
Y el deseo de la Reina se cumplió porque al cabo de unos pocos meses tuvo una hija que era exactamente como la madre la había imaginado.
A la princesita se le puso por nombre Blancanieves.
Cuando la niña era muy pequeña aún, la Reina murió y el Rey volvió a casarse muy pronto con una mujer muy hermosa. La nueva Reina era terriblemente orgullosa y no podía soportar que nadie la aventajase en belleza.

Tenía un espejo mágico guardado en su tocador. Todas las mañanas lo sacaba y se miraba en él. Luego le preguntaba:
-Espejo, amigo mío que jamás mintió ¿hay mujer alguna más bella que yo?
Y el espejo le contestaba:
-No conozco a nadie más bella que tú.


Pero Blancanieves crecía cada día en edad y en belleza y cuando cumplió doce años era tan hermosa como una mañana de primavera.
Así que un día el espejo mágico contestó a la Reina:
-Tú eras la más bella hasta ayer, señora, pero Blancanieves es más bella ahora.
Cuando la Reina oyó esto se puso pálida de ira y mandó llamar a su montero:
-Llévate a Blancanieves a lo más profundo del bosque, mátala y tráeme su corazón para que yo esté segura de que has cumplido mi mandato.
El montero se llevó a la Princesita al bosque, pero cuando llegó el momento de matarla, su mano tembló y se sintió lleno de compasión:
-Vete niña, adéntrate en el bosque y busca algún refugio. No vuelvas a palacio porque tu madrastra te quiere mal.
Luego, el montero mató a un cervatillo y le llevó el corazón a la Reina.
Blancanieves anduvo por los senderos del bosque llena de miedo y de pena.
Los animalitos intentaban consolarla.
Al caer la tarde llegó a una casita. No había nadie en ella, pero la puerta estaba abierta y Blancanieves entró porque estaba muy cansada.
Todo estaba limpio y ordenado dentro de la casita. Había una mesa cubierta con un mantel muy blanco en la que había siete platos, siete cubiertos, siete copas y siete servilletas. Y en el extremo de la habitación había siete camitas alineadas contra la pared.
Blancanieves estaba hambrienta, así que comió un poco de cada plato y bebió un poco de cada copa. Luego se acercó a las camas y se tumbó en la más pequeña. En seguida se quedó dormida.
Al cabo de un rato llegaron los dueños de la casita que eran siete enanos que trabajaban en una mina de oro de las cercanías.

En cuanto entraron se dieron cuenta de que alquien había estado allí:
-¿Quién se ha sentado en mi silla?
-¿Quién ha comido con mi cuchara?
-¿Quién ha cortado mi pan?
-¿Quién ha probado mi comida?
-¿Quién ha bebido en mi copa?
-¿Quién se ha limpiado con mi servilleta?
-¿¿¿Quién está durmiendo en mi cama???
Y los siete enanos se quedaron contemplando a la niña que dormía.

-¡Qué niña tan hermosa! ¿Quién será?
No quisieron despertarla.
Por la mañana, Blancanieves contó su historia a los enanos; y los hombrecillos se comparecieron de ella y la invitaron a quedarse con ellos en la casita del bosque. Blancanieves les prometió que ella, a cambio, les limpiaría la casa, prepararía la comida y les haría las camas.
Así que los siete enanos se iban todos los días a trabajar en la mina de oro y cuando volvían Blancanieves les esperaba con la comida a punto.
Los enanos le repetían cada día: "Tienes que ser prudente. La Reina averiguará pronto en qué lugar te has refugiado y tratará de hacerte daño".
La Reina estaba segura de que Blancanieves había muerto, así que pasó mucho tiempo antes de que se le ocurriera volver a preguntar a su espejo mágico:
-Espejo, amigo mío que jamás mintió ¿hay mujer alguna más bella que yo?
El espejo le contestó:
-Tú eras la más bella hace un mes, señora, pero Blancanieves es más bella ahora.
La Reina se puso furiosa. Llamó al jefe de su guardia y le mandó que inmediatamente cortase la cabeza al montero que había desobedecido sus órdenes.
Luego se encerró en su laboratorio mágico y consultó su bola de cristal. Y en ella vió la casita del bosque y a Blancanieves cosiendo junto a la ventana.
La Reina preparó una manzana envenenada, se disfrazó de vieja y tomó el camino del bosque. Cuando llegó junto a la casita de los enanos, llamó a la puerta:
-¿Quién va? -preguntó Blancanieves.
-Vendo las más exquisitas frutas que puedes imaginar.
-No puedo abrir la puerta, buena señora. Los enanos, mis señores, me lo tienen prohibido. Y aunque pudiera abrir la puerta, no tengo dinero para comprar tus hermosas manzanas.
-No hace falta que abras la puerta, ni tampoco que me pagues. Me pareces una niña hermosa y encantadora. Toma esta manzana. Yo te la regalo.
La Reina tomó la manzana envenenada y se la dio a Blancanieves a través de la ventana.
Blancanieves, sin sospechar nada malo de aquella viejecita tan amable, aceptó la manzana, y, en cuanto le dió el primer mordisco cayó al suelo como muerta.
-¡Se acabó tu belleza! -dijo la mala Reina y se marchó.
Tan pronto como la Reina llegó a su palacio se fue derecha a consultar con su espejo mágico:
-Espejo, amigo mío que jamás mintió ¿hay mujer alguna más bella que yo?
Y esta vez el espejo contestó:
-No conozco a nadie más bella que tú.
La Reina sonrió satisfecha.
Mientras tanto, los enanos habían terminado de trabajar en la mina y volvieron a la casita. Encontraron a Blancanieves tendida en el suelo y lloraron tristísimos su pérdida.
La colocaron en un féretro de cristal y la velaron durante tres días. Se decían unos a otros:
-No la enterraremos. La dejaremos aquí, en el centro del bosque, y uno de nosotros estará siempre de guardia junto a ella.
Y así lo hicieron. Blancanieves parecía dormida dentro de su caja de cristal y seguía siendo tan blanca como la nieve, sus labios rojos como la sangre y su pelo negro como el ébano. Cierto día pasó por allí un Príncipe que iba de cacería. Vio a Blancanieves, tan hermosa, tan dulce y tan joven, y se enamoró de ella.
-Dejadme que la lleve a palacio, para que la tenga cerca de mí y pueda contemplarla cada día -pidió el Príncipe a los enanos.
Y los enanos no pudieron negarle lo que pedía con tanto ahínco, pero le dijeron:
-Nosotros la llevaremos hasta palacio y allí nos quedaremos junto a ella.
-Sea como vosotros decís- dijo el Príncipe.
Los enanos tomaron el féretro de cristal y se lo cargaron a hombros para transportarlo hasta palacio. Durante el trayecto uno de los enanos tropezó y estuvo a punto de caer. El féretro sufrió una fuerte sacudida y el trozo de manzana que Blancanieves tenía todavía en la garganta saltó fuera de su boca. Blancanieves abrió los ojos y gritó:
-¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?
Los enanos depositaron el féretro en el suelo y lo abrieron. Estaban locos de alegría por haber recuperado a su querida Blancanieves.
El Príncipe se acercó a la Princesa:
-Eres la criatura más hermosa y más dulce que han visto nunca mis ojos. ¿Quieres venir conmigo al palacio de mi padre y ser mi esposa?
Blancanieves aceptó y los enanos la acompañaron en su viaje hasta la ciudad.
Y aquella noche, cuando la Reina preguntó a su espejo, éte le contestó:
-Tú eras la más bella antes, señora, pero Blancanieves es más bella ahora.
La mala Reina tuvo tal ataque de rabia que se puso mala y al poco tiempo se murió consumida por su propia envidia.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

FIN

No hay comentarios: