sábado, 23 de febrero de 2008

HANSEL Y GRETEL



Padre se había ido al pueblo para ver si encontraba trabajo.
Nuestra madrastra nos empujó hacia la puerta.
-Hala, vosotros al bosque. En casa no hay nada que comer, así que largaos de aquí y no volváis sin traer algo para la cena.
Mi hermana Gretel me agarró de la mano y echamos a andar por el sendero.
-Si padre hubiera estado en casa no la hubiera dejado echarnos. En el bosque no vamos a encontrar nada para la cena. Ella lo sabe y lo que quiere es que no volvamos.
-Calla, no digas eso. A lo mejor encontramos algo de comer -me consoló mi hermana Gretel.
El sol había ido subiendo en su camino por el cielo. Ya era mediodía. Estábamos cansados y nos sentamos sobre la hierba.
Un rayo de sol nos calentaba y nos quedamos dormidos.
Gretel me despertó:

-¡Hänsel, Hänsel, hermanito, levántate! Está cayendo la tarde y pronto será de noche.
Hacía frío y pensamos en volver a casa. Ya no nos importaba que la madrastra se enfadara y nos riñera o que nos pegase. Pero estábamos perdidos y no sabíamos encontrar el camino.
Anduvimos otra vez sendero adelante. Nos sentíamos cansados. Hacía frío; y el bosque de noche nos daba mucho miedo. Me agarré bien fuerte de la mano de Gretel y procuré que no se me notase lo asustado que estaba.
Estaba a punto de echarme a llorar, cuando Gretel me dijo.
-Mira, allí hay una lucecita. Nos acercaremos para ver si encontramos a alguien que nos quiera ayudar.
La lucecita brillaba dentro de una casa que había en un claro del bosque.
Nos apoyamos en el borde de la ventana para mirar dentro de la casa y noté en la boca un sabor dulce.
-¡Gretel, esta casa está hecha de chocolate!
Gretel probó también un trocito de pared y luego otro y otro. Los dos comimos sin parar hasta que oímos una voz que nos invitaba:
-Entrad, entrad, niños. Dentro de casa guardo cosas más ricas.
Y entramos en la casa y nos encontramos con una vieja que nos miraba sonriendo con su boca sin dientes.
-¡Qué bien, dos niños! ¡Con lo que a mí me gustan los niños! Pero ¡qué delgaditos estáis! Bien, yo haré que engordéis. Especialmente tú, pequeño, que pareces el más tierno.
No me gustó nada la mujer ni tampoco me gustó nada lo que decía; pero nos preparó una buena cena y luego nos enseñó el sitio donde podíamos dormir.
-Tú dormirás en esta alfombrilla cerca del fuego -le dijo a Gretel-. Y tú te acostarás en esa jaula en la que antes dormía mi pavo real.
No me gustaba dormir en una jaula, pero como tenía el suelo cubierto de paja seca y limpia y yo estaba muy cansado, me metí dentro.
Por la mañana, cuando me desperté, me encontré encerrado.
-Calla, no grites -me dijo Gretel- la vieja ha salido a buscar leña. Me ha dicho que quiere tenerte ahí encerrado mientras engordas y que luego te comerá asado. Pero no tengas miedo, yo inventaré algo para librarnos de ella.
Me pasé días y días encerrado en la jaula. A todas horas me ofrecía la vieja cosas ricas para comer, pero yo casi no las probaba. A pesar de lo que me había dicho Gretel, tenía miedo, mucho miedo.
Por fin, una mañana, la vieja anunció:
-Hoy es cuando quiero comerte. Prepara el horno Gretel.
Mi hermana echó leña y más leña por la inmensa boca del horno y yo vi las llamas rugir y danzar allá dentro.
-¿Está el horno bastante caliente, Gretel? -preguntó la vieja.
-¿Quiere verlo, señora? -contestó Gretel.
Y cuando la vieja abrió el horno y se asomó, mi hermana la empujó dentro y cerró la puerta.
¡La vieja bruja se había convertido en un penacho de humo negro que salió bufando por la chimenea!
Mi hermana me abrió la puerta y yo salí lo más aprisa que pude.
-¡Vámonos, vámonos pronto de aquí! -dije.
-Espera, ahora ya no corremos ningún peligro y yo sé dónde tiene la bruja escondido su tesoro.
Gretel levantó un ladrillo del suelo y sacó un cofrecito lleno de monedas de oro, perlas y esmeraldas. Lo ató dentro de su pañuelo y se lo cargó a la espalda.
Salimos y caminamos un rato por el sendero del bosque. Pronto llegamos a un río y encontramos un hermoso cisne. Gretel le pidió:
-Amigo cisne, estamos perdidos en el bosque ¿querrías indicarnos el camino de nuestra casa?
El cisne nos dijo que nos sentásemos sobre él y nos llevó río abajo. Al cabo de un rato, se detuvo junto a la orilla.
Saltamos a la ribera y nos encontramos en un camino que conocíamos y que nos llevaba a casa.
-¡Adiós, cisne amigo, muchas gracias! -nos despedimos.
¡Qué alegría se llevó nuestro padre cuando nos vio entrar! ¡Y qué sorpresa, cuando Gretel le enseñó el tesoro de la bruja!
-¿Dónde está la madrastra? -pregunté a mi padre.
-Murió hace días - nos contestó.
Por fin parecía que íbamos a ser felices y a comer perdices, como se dice en los cuentos

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