sábado, 23 de febrero de 2008

LAS HADAS



Pues yo era una niña mayor.
Y vivía con mi madre y con mi hermana en una hermosa casa situada en las afueras del pueblo.
Mi madre y mi hermana eran tan parecidas que quien veía a una de ellas era como si hubiese visto también a la otra.
Mi madre quería muchísimo a mi hermana; seguramente porque como se parecía tanto a ella ... Las dos eran muy mandonas y tenían un genio terrible. Se enfadaban por cualquier cosa.
A mí no me querían nada.
Mi madre mimaba mucho a mi hermana. A mí, en cambio, me había cargado con todos los trabajos de la casa. Yo barría, fregaba, guisaba, arreglaba las habitaciones, hacía las camas ... Y dos veces al día, por la mañana y por la tarde, tenía que ir hasta el pozo para buscar agua.
Una mañana, cuando fui al pozo con mi cántaro de barro encontré junto al brocal a una pobre viejecita que me dijo:
-Hijita, ¿querrías darme un sorbito de agua? me muero de sed.
-Claro que os lo daré, buena señora -le contesté.
Saqué agua fresca con el cubo, llené mi cántaro y lo sostuve en alto para que la ancianita pudiera beber con más comodidad. Cuando hubo satisfecho su sed, me dijo:
-Tienes muy buen corazón. Habrás de saber que soy un hada poderosa y como premio a tu bondad, quiero hacerte un obsequio. Desde ahora en adelante, cada vez que hables caerán de tu boca flores y piedras preciosas.

Me quedé tan asombrada que no supe que decir. Así que solamente sonreí a la buena viejecita, hice un reverencia, tomé mi cántaro y me volví hacia casa.
En cuanto entré por la puerta, mi madre empezó a gritarme:
-¡Estúpida! ¿Cómo has tardado tanto?
-Perdóname, madre. Me he entretenido hablando con una viejecita que tenía sed.
Entonces sucedió algo extraordinario. por cada palabra que decía, caía de mi boca una flor o una piedra preciosa.
En un momento había tres rosas, dos claveles, cuatro brillantes, una esmeralda y dos rubíes.
-¿Qué es esto, hija mía? -preguntó mi madre.
¡Era la primera vez que me llamaba hija desde la muerte de mi padre!
Le conté lo que me había ocurrido junto al pozo.
-Es preciso que tu hermana consiga un don semejante al tuyo. ¡Hija, hija querida! -llamó a mi hermana.
-¿Qué quieres? ¿A qué vienen esas voces? dijo mi hermana.
-Termina de vestirte, toma el cántaro y ve al pozo a sacar agua -ordenó mi madre.
-¿Ir yo al pozo con el cántaro? ¡Ni pensarlo! ¿Quién te has creído que soy, tu criada? Además, ¿no ha ido ya ésta?
-¡Irás al pozo ahora mismo, aunque tenga yo que llevarte a palos! -amenazó mi madre-. Mira lo que tu hermana ha conseguido con sólo dar un poco de agua a una anciana.
Mi madre mostró las piedras preciosas que habían caído de mi boca cuando hablé.
Mi hermana terminó de vestirse.
-Toma el cántaro -dijo mi madre.
-¿Creerás que voy a pasearme por ahí con un cántaro de barro como si yo fuera una vulgar muchacha? Si tengo que ir al pozo llevaré la jarra de plata ... -contestó me hermana con muy malos modos.
-Bien, lleva lo que quieras, pero sal ahora mismo. Y a ver cómo te portas -le advirtió nuestra madre.
Mi hermana salió hacia el pozo.
-¿Qué haces tú ahí parada como una estúpida? -me gritó mi madre-. Ve detrás de tu hermana. Síguela de lejos para acudir en su ayuda si te necesita.
Y yo salí detrás de mi hermana.
Ella caminó sin prisa hacia el pozo. Y cuando llegó allí, se asomó al brocal y se miró en el agua.
Una señora, espléndidamente vestida, salió del bosque y se acercó al pozo.
-Buenos días, niña. Me muero de sed. ¿Me darías, por favor, un poco de agua en tu jarra?
-¡Claro que no! ¿Piensa usted que he traído mi jarra de plata para dar de beber a la primera desconocida que me lo pida? Si quiere beber, saque agua del pozo, que ahí está el cubo.
La dama se puso seria y dijo en tono severo:
-Eres egoísta y malvada. Éste es el don que te otorgaré: cada vez que hables saldrán de tu boca sapos y culebras.

Mi hermana no se había molestado en sacar agua del pozo. Tomó su jarra y llena de furia se marchó hacia casa. Yo la seguí procurando que no me viera.
En cuanto entró en casa, nuestra madre le preguntó:
-¿Cómo te ha ido, hija mía? Cuéntame qué te ha ocurrido.
-¿Y qué me iba a ocurrir? -contestó furiosa mi hermana.
Entonces, ¡nos quedamos horrorizadas!
Por cada palabra que pronunciaba saltaban de su boca un sapo o una culebra. Mi madre se volvió llena de cólera hacia mí.
-¡Desgraciada! ¿No te dije que acompañaras a tu hermana y tuvieras cuidado de ella? ¿esto es lo que has hecho para ayudarla? ¡Fuera de esta casa! ¡Largo de aquí! ¡No quiero verte nunca más!
Me fui por el camino del bosque. No quería que las gentes del pueblo me viesen llorar.
Y me encontré con una elegante comitiva. Un joven, que montaba un hermoso caballo blanco, me preguntó amablemente.
-¿Por qué lloras, hermosa niña?
Y yo le conté mi desgracia.
Cuando terminé de contar mi historia, el suelo había quedado cubierto de flores y piedras preciosas .
El joven y todos los elegantes señores que le acompañaban me miraban asombrados y hablaban entre ellos en voz baja.
Luego, el joven descendió de su caballo y me habló:
-Soy el Príncipe heredero de este país. ¿Quieres venir a palacio con nosotros? Deseo presentarte a mis padres. Una doncella tan hermosa como tú es muy digna de ser la esposa de un Príncipe.
Me ayudó a montar en su caballo y tomamos el camino del palacio real.






FIN

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